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Encender la historia.

El café me produce adrenalina para aventarme a hacer las cosas sin tomarme demasiado tiempo en pensarlas. Pero si no manejo bien esa energía (para enfocarla en lo que necesito) tiende a esfumarse con rapidez en distracciones frenéticas. 

También está la pulsión inconsciente de exigencia personal por escribir algo que cumpla con las expectativas (inconscientes también) de lograr algo significativo, rítmico y con un final contundente. Estos son procesos que no permiten el flujo libre y natural de la creatividad.

Me detengo. 

Dejo de escribir y me río de mí mismo. Tomo mi bigote con los dedos y lo retuerzo. ¿Qué es lo que estoy escribiendo? Quiero hablar del Quijote, de su incomparable estilo y narrativa, de su referencia constante al autor, y a la literatura misma. La literatura consciente de sí. El observador que se observa y que se hace consciente del acto de auto-observación.

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Acabo de ver la versión cinematográfica de Orson Welles, en la que utiliza un recurso parecido: en la película vemos a Orson deambulando por España documentando, con cámara en mano la vida de sus habitantes. En el curso de su trabajo se encuentra con un extraño hombre vestido a la usanza caballeresca que, inspirado por las historias medievales, decide ir en busca de aventuras.

Orson hace tomas donde podemos verlo en su quehacer cinematográfico mientras reflexiona en voz alta sobre los hechos de Don Quijote. Un cuento dentro de un cuento, que a su vez contiene otro.

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En su novela Cervantes escribía sobre como encontró el manuscrito de un tal Cide Hamete Benengeli que relata las peripecias de un viejo, que a su vez leía las aventuras de los caballeros andantes. Orson filma un documental trayendo a su actualidad el mismo relato. Yo escribo esto y del otro lado estás tú, que estás leyendo, y  escribiendo en tu memoria. Solamente tu lectura hace que este relato continúe y exista. 

Un viejo inspirado por sus numerosas lecturas  de caballeros andantes decide volverse uno… aunque los tiempos ya no sean los de la edad media. Leemos sobre la edad media a través de un personaje que no pertenece a ella.

Volviendo a mi realidad reflexiono sobre como estas cosas podrían ayudarme en mi labor:

Cuando estoy en una fiesta tiendo a hablar muy poco, soy más de los que escuchan y observan. Si la música (que tiene que ser de rock o alternativa) me gusta lo suficiente puedo bailar, pero eso casi no pasa.

En los últimos años me he cansado de escuchar. Siempre escucho. Pero ahora siento mucha resistencia a hacerlo a menos que sea alguien que realmente me aporte algo que alimente mi espíritu.

Todo esto viene de mi falta de equilibrio. Me refiero al proceso natural del diálogo: uno habla sobre algo que le llame la atención y luego escucha al otro. Y así uno va intercambiando energías y pensamientos: retroalimentación. Lo que comúnmente me pasa es que por no descargar, al escuchar a alguien termino sobrecargado.

Al escribir me doy cuenta que este es el canal por el que puedo compartir cosas que no necesariamente le interesarían a quienes me encuentro en los lugares casuales de la vida.

Escribir de los temas que me apasionan sin pensar en los intereses externos es un acto de fidelidad conmigo mismo.

Me gusta contar historias pero casi nunca lo hago de viva voz, porque siento que hay muy pocos con actitud de verdadera escucha y que tomen en serio aquello que me apasiona, como la percepción del tiempo, la existencia y los sueños.

Yo creo que en el fondo todo es una historia. Es el único modo que el ser humano ha encontrado para darle sentido a la vida. Creo que esto se refleja en mis pinturas.

Es decir… recrear la realidad para poder sentirla.

Tiendo a perder rápidamente la confianza de lo que estoy contando: cuando percibo un atisbo de distracción en mi interlocutor, por ejemplo. Por lo general esto pasa entre las primeras 10 palabras; mi voz comienza a perder la poca fuerza con la que inició el relato hasta que finalmente se pierde y se olvida.

Hay un mecanismo interno que es el responsable de esto: si después del primer signo de distracción mi interlocutor no me hace alguna pregunta que demuestre interés, compruebo su indisposición y decido callarme por completo. Lo que busca ese mecanismo es hacerme creer poco interesante. Y lo logra pues pienso que no vale la pena entusiasmarme por mi propio cuento. La falta de entusiasmo por su propia historia vuelve aburrido a cualquier narrador.

Podría dejar de existir y sería lo mismo.

Estoy escribiendo una historia donde unas entidades obscuras buscan boicotear e impedir que los seres de luz cumplan sus sueños. Estas entidades crean dichos mecanismos.

Las fiestas son casi siempre el lugar menos indicado para tratar cualquier tema con seriedad, pues el objetivo intrínseco es divertirse. A veces me cuesta mucho trabajo contar algo cuando pienso que la condición para ser escuchado es entretener a la gente.

Creo que en el fondo la solución es no tomarme tan en serio a mí mismo: poder compartir y participar en el momento. Ponerme atención y saborear cada una de mis palabras es la clave para poder contar algo. Primero sentirlo para luego poder transmitirlo.

Es lo que me gusta de Don Quijote: él no se detiene a ver si se divierten a su alrededor, tampoco le importa si le creen o no. Él no se ve desde afuera, no se deja boicotear. Y es esa convicción tan poderosa lo que hace que quienes inicialmente lo tomaban a loco, acaben por ser parte de su juego. Todos queremos sentirnos emocionados, vivir intensamente. Cualquier oportunidad es buena, aunque venga de alguien que, a simple vista, parece solo un loco.

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Lo bello de contar una historia no es sólo ser escuchado ni que te comprendan o que sientan compasión (lo cual no deja de ser importante).  Lo primordial es contarla por el gusto de revivir. ¡Que un mundo brote de las palabras! La capacidad del narrador para maravillarse de este acto es lo que atrae la atención de los otros. Es decir… su intención no es atraer, sino encenderse con la llama del relato. La atracción ocurre por añadidura.

Las historias producen anhelos de vida. Por eso Don Quijote nos inspira a salir en busca de aventuras, como lo hicieron los caballeros que lo inspiraron a él.

Lo que me confundía a la hora de contar mis historias era la falta de atención que percibía en los demás, pero ahora entiendo que uno no lo hace para llamar la atención. Uno cuenta para volver a sentir y por medio del vivo ejemplo es que otros quieren participar de esa vida.

Esto es algo que durante mucho tiempo olvidé y que apenas recientemente he vuelto a descubrir.

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2 comentarios en «Encender la historia.»

  1. Empatia y comprensión es lo que casi no va acompañado de la locura, sin embargo, hay algunas almas libres que comprenden en el otro estás diferencias. Don Quijote es un gran arquetipo de un espíritu libre y gigante de valentía.
    Hay que desequilibribrarse para volver al equilibrio

    1. Si estoy de acuerdo. Hay que desequilibrarse para volver al equilibrio. Es parte de nuestra condición imperfecta. A veces pienso que parte del aprendizaje de la vida es vivir con la imperfección para estar siempre en movimiento. El equilibrio perfecto del trompo necesita un movimiento constante y rítmico para no caer mientras tiene la inercia del impulso inicial. Nuestro impulso sería Dios o la fuerza del universo.

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